lunes, 6 de julio de 2015

VIAJERO

Viajero

Por accidente, como todo en la vida, deambulo en país extraño, ciudad lejana, como todas las ciudades, como todos los países. En cada esquina, el mismo muchacho acarrea los mismos periódicos. A la salidad de cada bar, veo el joven sentado que sentado en cada bar del mundo veo. Solo y como sin tiempo, como todas las vidas, deambula ante mí, mudo, el comercio, que va de frac y descalzo, con los pies enmugrecidos. De tanto en tanto, algo de belleza. Nunca falta en toda ciudad, toda carcel, todo basurero... producto de cada vez que el hombre fue hombre, y que sorprendido por la ausencia de hombres y de tiempo, no pudo evitar crear, vivir, ser, plasmar afuera de sí el amor hecho formas. Por axtraño artificio, mi mirada se devuelve y aparece mi ciudad interna, la misma ciudad, la única ciudad del mundo. Las mismas moscas, hormigas, el mismo mosaico de musas y adefecios. Todo cuanto veo es una repetición de impulsos irracionales, uno tras otro, muy diversos, muy cambiantes, pero en el fondo, es siempre el mismo impulso ancestral, cósimico. Paradógico resulta ser que el deseo de libertad nos encadene segundo a segundo, grano a grano, gota a gota de esta clepsidra que se nos antoja inacabable, pero que sabemos finita, un eterno ir y venir entre vuelta y vuelta, hasta que el niño genio la destruye, derramando con desapegada alegría lo que para nosotros parecía lo fundamental: los eventos, las fotografías, cada peldaño de esta serpenteante escalera que se dobla y se une con sí misma. ¿Alguna conclusión? No, parece. Sólo ir soltando el caudal, abrir los ojos, saborear, vigilar fiel hasta que llegue el momento de abandonar el trampolín o, dicho de otro modo, esperar con verdadera resignación la llegada magestuosa del trole, que a paso cansino, tranquilo, nos lleve de vuelta.

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